Había en Benevento dos hombres distinguidos, el conde de Montalto y el marqués de Serra. El primero hizo llamar a mi padre y le prometió quinientos cequíes por asesinar a Serra. Mi padre aceptó, pero pidió al conde que le concediera cierto tiempo, pues sabía que el marqués se hallaba bien protegido por sus guardas. Dos días después, el marqués de Serra hizo llamar también a mi padre a un lugar apartado, y le dijo:
- Zoto, he aquí una bolsa de quinientos cequíes. Es vuestra, pero me tenéis que dar vuestra palabra de honor de que asesinaréis a Montalto.
Mi padre tomó la bolsa y le dijo:
- Señor marqués, os doy mi palabra de honor de matar a Montalto, pero os debo confesar que le he dado a él también palabra de honor de asesinaros.
- Confío en que no lo haréis - dijo el marqués riendo.
- Perdón, señor marqués - respondió mi padre con toda seriedad -, lo he prometido y lo haré.
El marqués dio un salto atrás y sacó su espada. Pero mi padre sacó su pistola y le disparó en la cabeza matándole. Tras lo cual, se dirigió a casa de Montalto y le anunció que su enemigo ya no existía. El conde lo abrazó y le entregó los quinientos cequíes. Pero mi padre le advirtió un poco confuso que el marqués le había entregado antes de morir quinientos cequíes para que lo asesinara. El conde dijo entonces que estaba encantado de haberse anticipado a su enemigo.
- Señor conde - respondió mi padre -, no os servirá de nada, porque di mi palabra de honor al marqués de que lo haría.
Y diciendo esto le apuñaló.
- Zoto, he aquí una bolsa de quinientos cequíes. Es vuestra, pero me tenéis que dar vuestra palabra de honor de que asesinaréis a Montalto.
Mi padre tomó la bolsa y le dijo:
- Señor marqués, os doy mi palabra de honor de matar a Montalto, pero os debo confesar que le he dado a él también palabra de honor de asesinaros.
- Confío en que no lo haréis - dijo el marqués riendo.
- Perdón, señor marqués - respondió mi padre con toda seriedad -, lo he prometido y lo haré.
El marqués dio un salto atrás y sacó su espada. Pero mi padre sacó su pistola y le disparó en la cabeza matándole. Tras lo cual, se dirigió a casa de Montalto y le anunció que su enemigo ya no existía. El conde lo abrazó y le entregó los quinientos cequíes. Pero mi padre le advirtió un poco confuso que el marqués le había entregado antes de morir quinientos cequíes para que lo asesinara. El conde dijo entonces que estaba encantado de haberse anticipado a su enemigo.
- Señor conde - respondió mi padre -, no os servirá de nada, porque di mi palabra de honor al marqués de que lo haría.
Y diciendo esto le apuñaló.
Manuscrito encontrado en Zaragoza. Jan Potocki
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